En uno de sus libros,
Morelli habla del napolitano que se pasó años sentado en la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón.
El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz.
El tipo murió de un síncope, y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guarda, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no comprende, una oscura reprobación.
Sólo se calma cuando saca el tornillo y lo mira, se queda mirándolo hasta que oye pasos y tiene que guardarlo presuroso.
Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo.
Vuelvo y vuelvo y vuelvo a leer y releer y leer este libro.
Me agrada la
sensación que se produce al encontrarme con fragmentos olvidados.
Y compartirlos claro. Porque cuando la belleza se aparece ante nuestros ojos...es necesario comentarla. Dije vulgarmente algo que
penso Kant por
ahí.
Hmmm Aja, que interesante.
Es un fragmento que me trae aromas, personajes,
diálogos, barrio.
Puedo imaginar las caras de las personas que miran al tipo que mira a un simple tornillo.
Imagino la
sensación del hombre que se lo queda, la siento, no puede tirar ese tornillo, no puede dejarlo
ahí, no era cualquier tornillo, es el "tornillo domesticado" con la
definición de domesticar del
principito.
Y claro,
quizás no era un tornillo a secas, claro que no lo era.
La forma miente, y el significado grita.